El tabaquismo causa daños significativos en los pulmones, muchos de los cuales son irreversibles. La exposición prolongada al humo del tabaco afecta las funciones pulmonares, aumenta el riesgo de enfermedades graves como cáncer, enfisema y bronquitis crónica, y deteriora la capacidad regenerativa de los pulmones. Sin embargo, al abandonar el hábito, los pulmones inician un proceso gradual de recuperación que, aunque no revierte los daños graves, mejora notablemente la funcionalidad y reduce el riesgo de nuevas afecciones.
A partir de un mes sin fumar, las vías respiratorias se despejan, la inflamación disminuye y la función pulmonar comienza a recuperarse, facilitando la respiración. Un año después, el riesgo de enfermedades cardiovasculares se reduce a la mitad. En casos de afecciones preexistentes, como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), dejar de fumar ralentiza la progresión de la enfermedad y minimiza las crisis agudas. Sin embargo, daños severos como el enfisema pulmonar no son reversibles.
Los expertos destacan que el alquitrán del tabaco daña irreversiblemente los alvéolos pulmonares, mientras que la alteración del microbioma pulmonar por el tabaco incrementa la vulnerabilidad a infecciones. Aunque el tejido pulmonar perdido no puede regenerarse, el cese del tabaquismo permite que el sistema inmunológico recupere funcionalidad y que se reduzca la acumulación de toxinas. Según investigaciones, el proceso de eliminación de sustancias nocivas y la mejora en los niveles de oxígeno comienzan rápidamente tras dejar de fumar.
El tiempo necesario para observar beneficios sustanciales varía, pero en los primeros cinco años se registran avances significativos en la capacidad respiratoria y la reducción de riesgos de enfermedades graves. Aunque los efectos negativos del tabaquismo persisten en cierta medida, los expertos enfatizan que abandonar el tabaco cuanto antes es crucial para optimizar la recuperación pulmonar y aumentar la esperanza de vida.


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