En un acto solemne realizado en la Capilla Paulina del Palacio Apostólico, se llevó a cabo este lunes el juramento de secreto por parte de los oficiales y encargados del Cónclave que elegirá al próximo Papa. La ceremonia, presidida por el cardenal camarlengo Kevin Joseph Farrell y en presencia de dos protonotarios apostólicos, marcó el inicio formal del proceso previsto por la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis para garantizar la total confidencialidad del evento.
El compromiso, pronunciado y firmado de manera individual por cada participante, establece un juramento de silencio absoluto respecto a todo lo relacionado con las votaciones y escrutinios de la elección papal. Según el texto, cualquier transgresión a esta regla conlleva la pena de excomunión automática latae sententiae, reservada exclusivamente a la Sede Apostólica.
La fórmula del juramento, que incluye la prohibición expresa del uso de dispositivos de grabación o comunicación durante el periodo de la elección, no se limita únicamente a los cardenales electores. También abarca a una amplia gama de personal auxiliar, religioso y laico, aprobado por el camarlengo y los tres cardenales asistentes, entre ellos:
- Monseñor Diego Ravelli, maestro de las Celebraciones Litúrgicas y secretario del Colegio Cardenalicio.
- Siete ceremonieros pontificios.
- Un eclesiástico designado por el cardenal que preside el Cónclave.
- Dos religiosos agustinos encargados de la Sacristía Pontificia.
- Confesores en varios idiomas.
- Médicos, enfermeros y ascensoristas del Palacio Apostólico.
- Personal de limpieza, cocina, florería y técnicos de servicios.
- Conductores de los cardenales desde la Casa Santa Marta.
- Dos oficiales de la Guardia Suiza Pontificia, a cargo de la seguridad en la Capilla Sixtina.
- El director de Seguridad y Protección Civil del Estado del Vaticano y parte de su equipo.
Antes de prestar juramento, los participantes recibieron una explicación detallada de su alcance y significado, reforzando la seriedad de este compromiso que se extiende más allá del final del Cónclave.
El acto reafirma la estricta reserva que rige la elección del nuevo Pontífice y da comienzo a una etapa clave en la vida de la Iglesia Católica, marcada por el sigilo, la vigilancia y la oración.


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